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Turismo en Jamaica |
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JAMAICA | |||||||||||||||||||||
Laa isla que, siglos atrás, un navegante genovés describiera como un paraíso encantado y que hoy, a pesar del paso del tiempo, mantiene su encanto. Cuando Cristóbal Colon pisó estas tierras, en su segundo viaje al Nuevo Mundo, sólo pudo descubrir que la isla ya había sido descubierta. Su nombre era Xaymara, que significa "tierra de agua y madera", y sus habitantes los arawak, por ese entonces ya disfrutaban de las abundantes riquezas naturales.
Años más tarde, Spanish Town, el segundo asentamiento español en Jamaica, se convertía en la nueva capital de la isla. Pero la historia quiso que el final fuera otro, y Jamaica dejó de rendir tributo a los reyes de España para terminar en manos de los ingleses. Bajo el dominio británico la isla se convirtió en una enorme plantación de azúcar. Montego Bay, en el noroeste, fue uno de los primeros puertos en beneficiase con el comercio y a comienzos del siglo XX, ese conjunto improvisado de casitas se convirtió en una ciudad próspera bendecida por extensas playas de arena fina bañadas por el mar. Los primeros turistas ingleses y americanos comenzaron a llegar atraídos por la supuesta existencia de aguas curativas en la zona. Doctor´s Cave, Walter Fletcher y Tropical Beach muy pronto se convirtieron en las playas favoritas. Y la preferencia se mantiene hasta hoy en día. A la arena y el mar se sumaron los hoteles de lujo y los resort's all-inclusive, completos turísticos que ofrecen desde piletas privadas hasta la posibilidad de casarse en 24 horas con juez, testigos y torta de bodas incluidos. Además de deportes náuticos clásicos como el windsurf o la navegación, esta clase de hoteles all-inclusive tienen equipos y embarcaciones profesionales para quienes se atreven al buceo. En las playas de Mobay un extenso arrecife de coral con grutas y paredes submarinas, una gran variedad de peces multicolores y sobre todo, la calidez y visibilidad del agua hacen que la experiencia sea especialmente tentadora. Pero Montego Bay, no es sólo mar turquesa y arena blanca. A pocos kilómetros de la ciudad, en dirección a Falmouth, dos señoriales mansiones del silo XVIII se convervan hasta el día de hoy, como auténticas testigos de la turbulenta historia jamaiquina. La construcción de Greewood Great House, en la cima de una colina, fue encargada 200 años atrás por una familia tradicional de apellido Barret. Desde el balcón ubicado junto al comedor principal, los Barret podía disfrutar de la mejor vista panorámica de las playas del norte y al mismo tiempo observar en toda su magnitud las extensas plantaciones que administraban. En la visita guiada por la mansión cada uno de los objetos compone una invaluable colección de antigüedades, como un órgano que funciona con discos perforados, escritorios con un compartimiento secreto, sillas que se convierten en escaleras e ingeniosas trampas para esclavos. Es que debido al alto número de desertores que comenzaban a conformar grupos de ataque, los dueños de las plantaciones buscaron la forma de retener a sus trabajadores a cualquier precio. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, no pudo detener las fugas ni los inminentes incendios de mansiones. A medioados del siglo XIX, de las 700 residencias sólo quedaban 17. A dos horas y media de Montego Bay, por la carretera norte, se llega a Ocho Ríos, una bahía protegida por acantiladospronunciados. La impactante belleza de Oracabesa, un paraje muy próximo, terminó de convencer al reador de James Bond de construir allí su morada. En un dirección opuesta a Oracabessa se encuentra otro de los atractivos principales de Ocho Ríos: las Dunn´s River Falls, una serie de cascadas encadenadas que desembocan en el Caribe. Todos los años miles de turistas enfrentan el desafío de escalarlas, o aprovecha los piletones intermedios para disfrutar del agua dulce. En un colorido mercado ubicado en las cercanías, los artesanos, en una típica actitud jamaiquina, invitan en forma insistente a observar sus trabajos y llevarse alguno de recuerdo. Si la invitación no recibe respuesta, de todas formas el "Yeah, mon" es una suerte de saludo que perdona la indiferencia. A finales del siglo XIX, Port Antonio era conocido como la capital mundial de las bananas. El comercio de esta fruta empezó oficialmente en 1870 y los primeros importadores fueron Estados Unidos e Inglaterra. Las balsas de bambú fueron construida originalmente por los dueños de las plantaciones para transportar bananas y también para entretener a sus familiares. Hoy el rafting por el Río Grande se ha vuelto una gran atracción para los amantes de la aventura. Una estrecha balsa construida con cañas de bambú navega impulsada por la corriente natural del río y por la fuerza de un remero que de tanto en tanto conversa con sus invitados. Al otro lado de Blue Mountains, de donde es extrae uno de los granos de café más sabrosos del mundo, se encuentra Kingston, la ciudad capital. Caminar por sus concurridas calles es como introducirse en una jungla de contrastes arquitectónicos y sociales. Casas coloniales, edificios modernos, shoppings, museos, señores de saco y cordata y jóvenes con el pelo acordonado se confunden y reúnen bajo un mismo lema: "Jamaica no problem". Teniendo en cuenta esta consigna, no importa demasiado por dónde debe uno empezar a recorrer Kingston, aunque Hope Road podría ser un buen comienzo. Sobre esta calle se encuentran sitios de interés muy distintos, como la residencia del gobernador general, el museo de Bob Marley, el padre del reggae, y Devon House, una antigua mansión del siglo XIX. Este impactante palacio custodiado por un inmenso jardín de palmeras fue adquirido por George Stiebel, el primer millonario negro de Jamaica, que logró acumular en su haber 99 empresas. En el interior de la mansión que en su momento le costara a Stiebel el equivalente a 10.000 libras esterlinas, se exhiben cómodas, relojes y espejos originales y porcelana china de los siglos XVII y XVIII. Jamaica, la reina del reggae Mucho hemos hablando ya de Jamaica, pero sin dudas, si hablamos de este país, no podemos no mencionar al reggae, y por eso todo aquel que tenga la oportunidad de conocer Kingston, no puede dejar de visitar el museo de Bob Marley. Quienes asocian a los museos al aburrimiento pueden dejar ese preconcepto de lado y estar seguros que vale la pena pagar los 15 dólares que cuesta la entrad. Lo que hoy es un museo era anteriormente el lugar donde el máximo gurú de la música jamaiquina pasaba sus días junto a su familia. En el interior de la humilde y colorida casa uno puede imaginarse al músico cuando preparaba verduras y frutas (su único alimento), o cuando se sentaba en las rocas del jardín para compartir pipas de la paz y conversar sobre las bondades de la ideología rastafari, una combinación de misticismo bíblico e identidad africana y caribeña. Y, por supuesto, cuando desde una pequeña silla en su estudio de grabación hacía sonar esos increíbles acordes a contratiempo, y componía esas sentidas canciones de protesta que lograron satisfacer el alma de tantos lugareños.
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