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Montreal - Canadá
Guía turística - Una ciudad con acento francés.

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Vinieron después colonizadores religiosos, siempre franceses, hasta la guerra de los siente años que enfrentó Francia con Inglaterra.

Fue entonces, a mediados del siglo XCIII, cuando Montreal fue tomada por la corona británica, dominio que duró hasta la creación de Canadá como país, alrededor de los años 1860.

Pero Montreal nunca pudo olvidar sus raíces y hoy es, después de París, la ciudad con mayor población de habla francesa del mundo. Casi el 70% de sus habitantes habla francés, aunque todos pueden hablar en inglés y está de moda estudiar español, o sea que en cuanto montrealés vislumbre algún signo latino en le turisma que tiene enfrente, intentará practicar su castellano básico y esbozará algunas palabras familiares. Por el contrario, esto no ocurre en París.

No hay un itinerario fijo para conocer Montreal. Sí hay puntos netamente obligados, lugares clave que son la ciudad, aire que habla de lo que Montreal es de verdad. Pero uno puede empezar por donde quiera, el punto de partida puede ser eleigo al azar y el recorrido de forma intuitiva.

Desembarcar en el Plateau Mont-Royal es una de las posibilidades.

Aunque contradice la creencia generalizada de que para conocer una ciudad hay que empezar por su centro, recorrer este barrio es una aproximación más real al espíritu que anima a Montreal.

Cualquier guía que lo acompañe por estas calles perfectas, de casas alineadas y balcones verdes, le dirá con orgullo que el Plateau Mont-Royal es el cuarto barrio más hippie de Norteamérica, después de uno en San Francisco, otro en Los Angeles y un tercero en Nueva York.

Este ranking que los montrealeses adoptaron como oficial fue hecho por una revista farandulera y prestigiosa de Estados Unidos, y no se sabe cuándo, ni si hoy las posibilidad son distintas. Lo cierto es que se jactan de ser eso: el cuarto más hippi, entendiendo por hippi algo así como bohemio pero no hippie, de moda pero no yuppie. Un barrio de artistas que reclama status cultural y se autopromociona parte de la movida intelectual canadiense.

Bon apetit Montreal!

Comer es una de las primeras viviencias queuno experiementa cuando llega a un lugar. Y e Montreal le dirán que éste es uno de los placeres en los que son especialistas y agregarán con orgullo tambien que la ciudad ha sido declarada capital grastronómica del mundo.

La verdad es que para la mayoría de las personas, el comer bien en cualquier lugar no es demasiado sorprendente, así que en Montreal uno puede sentirse seguro de que comer un bistró sin todas las luces no significa dejar el plato intacto, sentir gustos indefinidos y pagar por nada para quedarse con las ganas.

Haciendo gala de su sangre francesa, Montreal maneja la haute cuisine (alta cocina) como moneda corriente. Pero hay dos cosas que uno no puede dejar de probar en Montreal: pescado y carne ahumada. Al contrario de lo que nos suele pasar como especialistas en carne, Montreal desafía las buenas recetas del mundo con su saumón (salmón), barato siempre y fresco en todos lados.

Downtown Montreal

Cuando llega el momento de adentrarse en la ciudad hay una única opción posible: caminarla. Respirarla en la calle, degustarla en sus cafés, leerla en las caras de la gente que vive sus días en ella y entenderla después de todo esto.

Si Europa significa una vuelta a un estilo de vida más humano, a un ritmo más lento, a días que conservan sus noches y sus siestas, sus tiempos para trabajar y para estar con amigos, entonces Montreal tiene bien ganada su fama de ser una ciudad muy europea. Quizás éste sea un dato en el que uno hace hincapié porque desde el principio de la visita al este canadiense está viva la invitación a compararlo todo con su gigantesco país vecino: pero Canadá, no es Estados Unidos, sino algo totalmente distinto. 

Lo largo del tiempo les ha resultado necesario recalcar esto hasta el cansado, porque por su temple más tibio y su perfil más modesto han tenido que lidiar con una sombra pesada y densa que les es proyectada desde el sur.

Caminar por le centro, no tiene nada que ver con zambullirse en un mar de ruidos y calles llenas de autos y gente que grita y colectivos que tiran humos negros. Verdaderamente el centro de Montreal es un lugar donde uno podría vivir sin mayor problema. La Rue Saint Catherine es la arteria comercial por donde corre un comercio globalizado y cosmopolita. Si de comprar se trata también es posible que lo exhorten a recorrer la ciudad subterránea, un conjunto de galerías en red que ocupa casi 30 kilómetros y que constituye algo así como una ciudad paralela.

Pero Montreal, dentro de su orden y de su pulcritud, se desestructura en las obras de arte que adornan sus calles como si fueran las vitrinas de un museo. El 1% del presupuesto gubernamental de la ciudad está reservado para el arte y no hablamos de un número bajo, por el contrario es altísimo.

Las calles Mc Gill Collage y Maisonneuve son una galería de arte al aire libre, donde viven esculturas de artistas de Montreal, testimonios de un deseo compartido de los ciudadanos: hacer de la ciudad un paseo, un espacio con identidad, un lugar con historia y con personalidad.

Canadá es naturaleza

Un italiano, una vez dijo que Canadá era su naturaleza, sus árboles dorados en otoño, sus lagos congelados en invierno, sus desniveles y valles perfectos. Queda claro que es un mucho más que sólo esto, pero es innegable que los escenarios naturales son la base ideal para todo lo demás que pueda haber en sus ciudades.

Montreal le debe su nombre a un monte, el único que existe en la ciudad. El Mont-Royal alberga un parque natural, Parc du Mont-Royal, que es uno de los imperdibles de la ciudad. Es obra de Frederick Law Olmsted, ideólogo del Central Park de Nueva York, y posee una variedad infinita de plantas y flores que están dispuestos para darle a cada estación el color que le toca.

El otoño es un cuadro de amarillos y naranjas que abruman y encantan a cualquiera. El Parc du Mont-Royal es además el lugar elegido por los montrealeses para caminar, hacer jogging, andar en bicicleta, patinar y en invierno practicar todos los deportes de nieve como el ski. A juzgar por la cantidad de gente que se puede ver durante la tarde ya casi helada del octubre canadiense, nadie puede decir que en esta ciudad se vive una vida sedentaria.

El parque es uno de los tantos orgullos de quienes habitan Montreal, y allí las ardillas son como las palomas en cualquier otra plaza de grandes urbes, muy domésticas y confianzudas.

Hay árboles añejos y campos de pasto recién cortado. Hay partes en las que al bosque se lo ha dejado crecer agreste, espectacularmente desprolijo y desparejo. Hay en la cima algo así como un parador, una casona de cien años con sus techos altos y sus ventanas inmensas. Es el refugio público para quienes visitan el parque y un mirador estratégico para contemplar la ciudad en cualquier momento. Así, desde arriba y ya de noche, Montreal es una ciudad abarcable, que se deja ver como un todo, que se puede entender simplemente con la vista.